-Todo al alrededor es verde. La vegetación es tan abundante y tupida que por momentos pareciera uno olvidar lo que es, pensando más bien en una especie de colchón por el que se podría saltar, sentarse y dormir. A las mañanas el rocío acostumbrado a amanecer en cualquier parte, como si de noche hubiese estado de juerga. Sobre las plantas, el pasto, la alambrada, la madera, en todo, hasta en las telarañas de la cerca.
Desde aquí, a mitad de esta montaña llamada ‘monte de vita’, se puede ver como las montañas tapan a las otras, mientras cada una está pegadita a la siguiente. Forman así un valle, en el que apenas podría pasar el agua entre ellas. Cada una está ubicada de tal manera que tapan y dejan ver una parte de las montañas de detrás y estas a su vez esconden y dejan ver una parte de otras, levantándose así más y más de ellas en el horizonte, hasta que lo que se empieza a levantar es el cielo. Alguien decía que este paisaje era como un baile estático entre montañas.
Aquí no hay estaciones: o llueve o hay sol. Como no hace mucho frio ni mucho calor, vivimos en camiseta, si acaso un suéter por la noche, pero generalmente con un clima templado. Todo el año tenemos lo queremos de la tierra, la papita, la mandioca, la cebollita, el tomate, el poroto, y ni hablar de las frutas. Uste’ no más dice en qué momento quiere sembrar y luego espere y coseche; sin importar si es enero, julio, septiembre y hasta si le da por pasarla así el fin de año. Como dice mi primo: esta tierra es bendita hasta con quienes no la merecen. Aquí, esta se deja si uno la trata con dulzura, como a una dama. Nada de darle azadón como a una bestia, sino como masajeándola, dándole cariñitos. Me entiende, ¿no? Es tan bonita y tan querida conmigo, que hasta queda prendida de mi ropa o mis uñas después de tanto pasar el día trabajándola. A veces cuando estoy arando la tierra, agarro un pucho y la huelo. Ahí, está concentrada mi vida, pero esta jamás pierde ese aroma que estando húmeda, hace de rico festín a las lombrices. Uste’ no más eche lo que quiera y eso le nace porque le nace, pruebe no más.
El naranjo, el guanábano, el platanal, el guayabo, el lulo y la manga, y el mini cultivo en donde están las fresas, la mora, el curubo, y la uchuva, son las frutas que tengo en mi tierrita. Aquí no se consume sino solo jugos de fruta, porque con eso se alimentaron mis abuelos y mis taitas (papás), y por eso mi dios se los llevó sanos y fuertes.
Que mejor que un juguito de mora para la señora, o un jugo de lulo para el del difunto o jugo de fresa para la princesa. O dicho de otro modo, si le da por engriparse tome jugo de naranja o guayaba, tienen mucha vitamina; si tiene que trabajar bastante o se le baja la fuerza, coma banano; si tiene huesitos débiles tome mucho de lulo y si no quiere sufrir de cáncer el mango que llegue a su propia mano!
Como esta provincia queda al occidente del país y llegar no es tan fácil, pues las carreteras no es que sean lo último en desarrollos. Aquí no hay grandes autopistas, ni trenes ni aeropuertos y mucho menos un buen apoyo del gobierno. Como casi todos somos campesinos y cada uno tiene su tierrita pues cada uno vive en ella y la trabaja para vivir y luego vender lo que quede de lo producido, que al fin cuentas, no queda mucho, pero algo es algo. Lo más cerca que tengo de civilización es el pueblo, Cisneros. Dos mil habitantes en el casco del pueblo y el resto vivimos en el monte, que sumados somos casi unos tres mil, pues eso dice el alcalde Ramón García.
La parcela que queda más cerca es como a una hora de camino, ahí vive don Hortensio. Esto también porque para bajar la montaña hay que rodearla toda, incluso para ir hasta el pueblo y porque estando en mitad de la montaña, sin una carretera que llegue hasta mi parcelita, y sumándole la extensa vegetación, uno sólo llega hasta la carretera principal a través de un caminito que se armó entre ir y venir.
Yo me levanto cada mañana y me tomo un tintico (café) bien cargado, ‘negro’ dicen en la capital, pero acá es ‘cargado’, unos huevos revueltos con cebollita y tomate, jugo de naranja, pan y si sobró algo de la comida del día anterior, pues es bienvenido, porque levantarse a las 3:00 de la mañana, bañarse y ponerse a trabajar en las labores del campo, la cosa no es para perezosos ni vagos. Tengo un par de animalitos, y este terreno que pongo a producir, para que a mí y a los míos les falte nada.
Soy José y este es el lugar donde nací.
José es padre de tres chicos, uno de 14 Samuel, lucía de 10 y Juan de 4. El mayor le colabora en las labores, entre ellas las de cocinar y las del campo. Lucia va a la escuela a la mañana y a la tarde juega con Juan, o colabora en el orden de la casa. Esta no es muy grande, tiene dos habitaciones, un pequeño comedor, una cocina y un baño. El suelo de la casa es la tierra misma, esa que metros después les permite cultivar, la misma ahora les permite edificar su casa. Las paredes son en ladrillo y entre marcos improvisados en madera, logran ubicar los vidrios para las ventanas. La palabra ‘cortina’ carece de sentido, o más bien de existencia en sus vidas. Y esto parece termina siendo delicioso para Juan, en tanto que en las mañanas cuando sale el sol, éste le alcanza a caer sobre sus pies, cubiertos por la frazada. También la no cortina permite ver a cualquier hora del día el horizonte de montañas, siendo este ya no una ventana, sino un cuadro de la habitación, que cambia según las condiciones que se presenten afuera. Lucía cuando cumplió los 10, luego de llover salió el sol; pintándose así un arcoíris de grandes magnitudes, cruzando de montaña a montaña. Frente a esta ventana, sopló las velitas. Y afuera, de la pared, hacia abajo, un cultivo recién germinando.
José sabe que no tiene riqueza material, pero sabe en su corazón que cada vegetal, cada legumbre, cada semilla, cada puñado de tierra y cada gota hacen de sí la vida, para otras vidas. Cada noche en su cuarto, sólo, luego de una jornada completa de arduo trabajo, apenas cuando las cigarras son las únicas que entonan cánticos entre sí, este campesino acostado sobre su cama mira hacia el techo. Sus manos y pies dan cuenta de lo hecho. Su cuerpo expresa un cansancio habitual, cotidiano, mientras sus ojos clavados en el techo de metal, habitan el silencio del recuerdo. Al cabo de un rato, termina dormido, su cuerpo está tendido sobre la cama y su brazo extendido sobre el lado libre de la cama doble.
A media noche, lucia habla. A veces lo hace hasta por una hora sin parar. Ella duerme y dialoga. ‘La vaca aprendió las vocales…, claro que no todos los ríos son azules, jajaja –ríe suavemente con complicidad- ¿y si dejan de ser rojos, o violetas? Me gustan verdes. Que las piedras están vivas, si ya lo sé, una me preguntó si me gustaría oírla cantar.’ Pasan los minutos hasta que, el ritmo del diálogo decae hasta disiparse totalmente. Por fin, todo sobre esta montaña y este campo toman el silencio natural de la noche.
Y como todas las mañanas, un café cargado… Un sol resplandeciente y un cielo azul claro, que deja pasar esas nubecitas blancas y livianas desplegadas por todo el cielo. Samuel cuida de las gallinas, les cambia el agua, les limpia las heces, y llena de nuevo los posaderos de comida, levanta los huevos puestos. Al terminar, sigue con el ordeñe de las dos vacas y vacuna al ternerito. Posteriormente retorna a casa y empieza a preparar el almuerzo. Mientras tanto ha sido acompañado por su hermanito. Samuel ya no va a la escuela, tiene que ayudar a su padre. Solamente llegó hasta cuarto de primaria. De lo que aprendió hasta entonces, le ha servido para las cuentas de la casa por la venta de las verduras, frutas, huevos y leche. Su padre al llegar para almorzar, cuenta sobre lo buena que vienen creciendo las plantas. Estuvo fertilizando y parece que tendrá que ir al pueblo por más – le comenta a Samuel- Pero tendrá que ser al día siguiente porque con lo que tiene le alcanza para lo que le resta de la jornada de hoy.
Terminada la hora de almuerzo, Samuel va directo al cuarto de las herramientas y toma aquellas que necesitan reparación. Palos rotos, o sueltos, o afilar si es necesario. De la pala grande, el palo está roto; de otra pala, el palo suelto; como también afilarlas, igualmente a un par de machetes. Luego vuelve a casa para reparar una silla del comedor y terminar los quehaceres. Llegada la noche, Lucía, mientras cenan, cuenta que la profesora tuvo que irse a la ciudad, pero que nadie saber el por qué, salvo lo que dicen los directivos del colegio: “es por motivos personales, que forzaron su partida”. Samuel a eso, le dice: -no sea boba, que aquí todos sabemos que el que se va es porque hizo algo. Con ello José se enoja y le grita a su hijo que no diga eso. Que piense antes de abrir la boca y si no que no la abra ni para gritar de enojo. Pero antes de terminar, le recuerda que no todos se van por ‘haber hecho algo’.
Todos van a la cama, él sobre su cama mirando al techo…, Lucía ya dormidos sus dos hermanos, mira a través de la ventana el reflejo de la luna, que cae bañando un porción de la cama de Juancho. Allí recuerda a Marina, la profesora, sin musitar ninguna palabra.
-¿Qué habrá hecho? Ayer en clase nos dijo que la literatura debía hacernos viajar y vivir intensamente cada objeto, lugar, color, forma y situación, que ésta nos mostrara, pues nos ayudará en la búsqueda de la libertad y la justicia. Estaba alegre. Ahora no solo no sabemos cuándo volvamos a verla, sino como estará. Tal vez esté visitando a su madre o hermanos, pero este (Samuel) de todo lo que dice, a veces tiene razón, aunque a veces también solo dice bobadas. Que linda luna, ojalá la profe también la esté viendo, como yo; así haríamos juntas lo que nos dice sobre la literatura, pero con la luna.
Empieza a tararear suavemente una canción, la cual canta en su mente. Yéndose a su cama.
-Duerme, duerme negrito, que tu mama está en el campo, negrito;
Duerme, duerme negrito que tu mama está en el campo negrito.
Te va a traer codornices para ti
Te va a traer mucha cosa para ti
Te va traer carne de cerdo para ti
Te va a traer mucha cosa para ti.
Y si el negro no se duerme, viene el diablo blanco,
y zas!, le come una patita, jacapumba jacapumba
apumba jacapumba jacapumba
Duerme, duerme negrito que tu mama está
en el campo, ne…
Se duerme.
Unas semanas después, José como de costumbre parte temprano, directo para el pueblo. Un pueblo chico –Cisneros-, pero ¡tan típico! Una plaza central, con la alcaldía, la iglesia, la casa cural, la casa del alcalde, la estación de correo, la estación de policía, la casa de notariado y registro y diferentes comercios pequeños. Por las escasas calles de adoquín, hay estacionado un par de camiones con carga para llevar a la ciudad. Los hombres que se encuentran en la plaza están bebiendo cerveza y hablando, otros caminan, otros haciendo sus diligencias, o dirigiéndose a realizarlas. Allí mismo se encontrará con don césar, para comerciarle unos costales de frutas y verduras que habían pactado negociar tiempo atrás. De paso aprovecha antes, para consultar precios de compra y venta en la capital de lo que estará por vender. Pasado el tiempo y habiendo negociado satisfactoriamente, da un paseo por la plaza y va a saludar a algunos amigos y conocidos, que hacía un tiempo no veía. Luego emprende de vuelta el camino de retorno. Caminando llega a casa, contento por los beneficios obtenidos durante su visita.
José se acerca a la casa, la cual desde adentro está iluminada por velas, porqué todavía no hay tendido eléctrico por esta zona. Al abrir la puerta ve a su hija abrazando a su hermano menor, puesto que éste se encuentra llorando, y le pregunta que, qué es lo que sucede. Ella le expresa que Samuel, no ha llegado a casa desde que salió a ordeñar, temprano, justo después de que él saliera para el pueblo. Hay un momento de silencio no muy largo, hasta que él pregunta sobre si lo buscaron por toda la parcela, a lo cual la respuesta negativa de su hija, lleva a José a emprender un regreso al pueblo junto con Lucía y Juan, para dar aviso a las autoridades.
Se alistan con lo necesario y parten, momentos donde ya el sol ha dado sus últimos rayos. Durante el camino, él piensa sin decir nada. Navega entre la paciente esperanza de que no haya sucedido nada y el nerviosismo de pensar lo peor. Las botas que usa normalmente, ve como se posan sobre el suelo pisada, tras pisada, repitiéndose sin parar, mientras los latidos de su corazón, entonan melodías percusivas que acompañan las diferentes imágenes que llegan a su mente. El camino empedrado, bordeado por la vegetación, los sonidos del lugar, los mosquitos que revolotean y la escasa luz, hacen el escenario menos deseado para la ocasión.
Al llegar a la estación de policía, acude por ayuda, por su hijo que no aparece desde la mañana. El comandante encargado, le indica que hasta no haber pasado las 48 horas, no se considera perdido. Que por lo pronto lo que pueden hacer es dejar una constancia en el acta de la comisaría, diciendo que el señor José, busca a Samuel, que presuntamente se puede hallar perdido. Con esto dicho y sin nada que se pueda hacer, queda quieto todo su cuerpo. Su expresión marca la necesidad de volver de nuevo, en tal caso que haya regresado su hijo. Con las manos vacías y unos nervios acrecentados, decide retornar. A la par su hijo menor, hambriento y cansado, entra en llanto y lucía contagiada por la situación de sus dos parientes, le pide a su papá que se calme. Luego guarda silencio y pide a la vida que al llegar todo vuelva a la normalidad.
Faltando unos cien metros antes de divisar su hogar, José suelta a sus hijos, y comienza a correr gritando –Samuel, Samuel. Al ver la casa a oscuras, su respiración y latidos aumentan salvajemente. Al abrir la puerta violentamente, nota que todo está tal cual lo dejaron, y que Samuel no llegó.
A la hora de dormir, deciden todos pasar la noche juntos. Juan en el medio entre su padre y su hermana, duerme silenciosamente. José mirando hacia el techo quien pasada la media noche aún no había logrado conciliar el sueño, notablemente angustiado y desconcertado, cayó bajo dominio del sueño. Lucía quien no paró de observar a su padre hasta quedar dormido, se da vuelta y empieza a ver a través de la ventana parte de una arboleda y un naranjo; mientras el arbolito se mueve por cuenta del viento, ella deja sus pensamientos pasar, mientras sus ojos inmóviles ven el revoloteo de sombras que se produce afuera. Dormida, comienza su diálogo: “los peces huyeron caminando mar adentro, con sus huevos. Claro, eso dices tú. ¿La comida está lista para escapar?, no sé, no lo creo. Sí, también corren los tomates miedosos del canasto prisionero. Ya lo creo, si tú lo dices, la elefante cantaba feliz en su noche de bodas, mientras sus elefanticos, luego la preguntaban. El camino es largo, porque cada que das un paso, metros adelante se expande lo andado... Sí, tienes razón, el río cada vez más morado está.” Así sucesivamente hasta que duerme.
Pasados un par de días, Samuel no llegaba a casa. La policía lo determina desaparecido ‘oficial’, entre tanto el pueblo rumorea lo sucedido, pero nadie comenta nada. Todos piensan cosas, pero a nadie se le escapa expresarlo. Excepto lamentar que aquel joven no retorna a su casa, y su padre se reparte el tiempo entre su parcela y en caminar por las veredas preguntando a su hijo, en casos llamándolo a gritos. Para ello carga en su mochila, una foto, y algunas frutas y agua. Mientras empieza a establecerse esto como situación corriente, al empacar la comida antes de salir a buscar a su hijo, piensa que es por si le da hambre, pero seguidamente guarda la esperanza de que sean para su hijo – por si lo encuentra con hambre –. Al caminar entre parcela y parcela, grita ‘Samuel’, pero en cuanto deja de hacerlo, brotan pensamientos que esporádicamente llegan y se van. Entre estos están el que se fugó de la casa, para nunca volver, o que se fue con sus amigos y por beber terminó quien sabe dónde y terminó accidentado, o hasta muerto. Aquí es cuando se llena de tantos miedos a la vez, y se derriba al piso, derrotado y con agua en sus ojos que no deja caer. Cuando recobra las fuerzas, un ímpetu brota desde dentro, lo levanta y le hace seguir su búsqueda.
Así pasan los días. Ni el alcalde, ni el comandante, ni nadie tienen razón de que hacer, puesto que la búsqueda suspendida y luego de casi un mes de desaparecido, que ya no queda sino esperar de que llegue por su propia cuenta. Ramón García, alcalde, envía un informe al gobierno nacional sobre lo acontecido. Habrá que esperar respuesta. Siempre es así, a pesar que nada cambie. Lucía mientras tanto tuvo que dejar la escuela para cuidar a su hermano. Odiando tener que dejar a sus amiguitas y profesores. Dejar las clases significa para ella dejar algo que disfruta mucho, así ciencias naturales no le agraden lo suficiente. Triste se siente, pero Juancho en definitiva, no se puede quedar solo.
Al regresar a la noche todos están comiendo. Lucía pregunta por sus tardes de indagación, pero su padre no contesta, prefiere no escuchar su propia respuesta. Él quiere oír otra contestación, pero no le alcanza para expresar un falso optimismo. Ella espera, hasta que con un gesto lo increpa, él se da cuenta de ello y mirándola fijamente, y sin saber que responder, le dice:
-hija, yo me pregunto lo mismo. Le he venido preguntando lo mismo a todo el que me cruzo. Aún así, no obtengo respuesta. Ésa que todos queremos escuchar. (Calla)
Siguen comiendo y mientras la luz de la vela ilumina sus rostros, sus ojos medianamente abiertos se clavan en sus platos, así durante toda la cena. El único que puede mirar a otra parte es Juancho. Que se levanta para mirar tras la ventana. Parado sobre una silla juega a dibujar con el dedo sobre el vidrio, por la humedad de la habitación que un agua hirviendo en contacto con el frio nocturno, han empañado levemente, permitiéndole así a través de lo dibujado ver el valle que alcanza a ser iluminado por la luna que está llena. Musicalizado este momento por los cubiertos que chocan contra los platos. Imagina con poder volar, y buscar así a su hermano.
A la tarde días después, cuando el sol se encentra en plena despedida, para dar paso a la luna como protagonista: esparce sus rayos rojos, tiñendo el cielo entremezclado con el blanco, produciendo un fulguroso amorío entre ambos. Aquel calorcito veraniego, revolotea por todas partes. José llega a casa y al detenerse antes de entrar a ella, se percata de este horizonte montañoso con estas características climáticas y visuales, extrayendo desde lo más profundo de su corazón una sonrisa. Este momento llenó de tanta paz y tranquilidad por un par de minutos que logró alivianar tanta tensión, angustia y sufrimiento reciente. Esto gracias a que este día tiene las mismas características del día en que su padre le enseñó, el que sería el oficio que cambiaría su vida: el trabajo del campo, sobre todo el de la tierra. Campesino.
Al entrar a casa ve a Juan, que se encuentra sentado sobre la silla que se halla bajo la ventana en la que dibujaba. Está calladito. José le pregunta por su hermana, a lo que el chiquitín responde con un movimiento de cabeza expresando una negativa. Su padre al ver que no habla, y que dice ‘no’ con la cabeza, vuelve y le pregunta en un tono más serio, de nuevo. El pequeño solo supo decir, que cuando ella lo estaba bañando, salió por la toalla y nunca más volvió. Ante esto chepe (José), se queda completamente inmóvil por unos segundos, hasta que nota que hay una hoja de papel sobre la mesa. La agarra y se da cuenta que es una carta, una especie de mensaje. La abre pese a que no sabe leer. Sabe que no podrá leerla, pero bajo la sospecha de que se repita la historia de su primogénito, y dejando de lado la inocente idea de que sea un mensaje de:”me fui al pueblo por arroz, o cualquier cosa”, llega a la rápida conclusión de que ‘ella sabe que él no sabe leer’, en resumidas cuentas: si dejó una carta es porque es necesario, el que eso que dice allí, él lo sepa.
Intentando no pensar lo peor, agarra a Juancho y apurado emprende camino al pueblo. Intentando no vencerse, pero con la gran expectativa, llega a Cisneros tan rápido como si lo persiguiera el diablo por deberle esta vida y la siguiente. En la estación de policía, un cabo primero, le atiende y pese a leer mejor una puerta que la – presente - representación de la policía, en este caso, la carta dice así:
“Pa: quiero que sepa que está todo bien. Váyase con Juanchito a la capital y deje todo. La casa, la tierra, hasta los animalitos.
Atte.: lucía”
Confundido por lo escuchado, le pide al cabo que repita la lectura. Al entender lo que dice la misma, entra en un desconcierto y sin obtener respuesta alguna por parte de la misma policía más, ‘que ella seguramente se fue para no volver, que no soportó la presión’. Que huyó por desesperación de todo lo que había sucedido con su hermano. José contrariado, sin entender nada, resuelve volver a la casa. Llorando durante todo el camino, y parando por momentos a gritarle a dios y la vida, exigiendo una respuesta por lo que le está sucediendo. Las pocas fuerzas que conservara y con las que esperanzado buscaba a su hijo, se vieron totalmente agotadas, extintas. Cuando por fin llega a la casa y en una calma aparente, puesto que el llanto había cesado, se había transformado en un mutis y en una especie de cáncer emocional que consumía cualquier palabra, y atisbo de vida, pero que en extremo dolor lo torturaba. Le da de comer a su hijo, lo acuesta y se va a su habitación.
Con el dolor profundo, y el sinsabor de desconocer el paradero de ambos. Repasa como una lección lo que había sido leído de la carta. Buscando una explicación, cada palabra meditada, hacía más confusa la siguiente. Cada suposición sobre el por qué de este nuevo acontecer, ahondaba la confusión y las abultadas ganas de reventar. Una necesidad voraz, de que toda esta pesadilla se termine con él explotando en mil pedazos, sin que quede nada, sin que un solo cacho alcance a albergar tanto dolor y recuerdo de esta tragedia. Hipótesis tras hipótesis, cada cosa retorcida surgía, pasando a lo opuesto y así toda la noche. Se levantaba de la cama; volvía y se recostaba mirando al techo. Acostado cambiaba de postura y lugar. Cuando llegaba una nueva imagen explicativa, se levantaba y una vez de pie, la sensación física y emocional de derrotado lo tiraba al piso. Después de tanto ir y venir en lucubraciones, sentado en el piso y recostado contra la pared, que está ubicada frontalmente contra la ventana, se duerme.
Al despertarse tirado en el piso, con la boca seca, los ojos doloridos y un cansancio extremo, abre sus ojos y el sol que entrando por la ventana, ilumina las partículas de polvo en el aire, exponiendo una habitación revuelta completamente, y justo al lado en la puerta parado, Juan. Suavemente el niño pregunta por Lucía. Él se levanta y le dice:
- Juan hijito mío. Yo me pregunto qué hice mal en esta vida. Uste’ mi niño podría entenderme facilito. Uste’ sobre todo. Recuerdo cuando llegó por primera vez a esta casa. Se veía tan bonito. Tenía los cachetes todos coloraditos. La piel blanquita y con esos ojitos todos dormiditos, seguro por estar tantos meses ahí guardao. Cuando pensamos donde dormiría: ‘justo al lado mío’, dije rápido. Acostadito, mientras yo lo miraba, nosotros dos nos hablábamos mirándonos. Y desde que uste’ llegó a esta casa, Lucía empezó por esas épocas a hablar dormidita. Tal vez por estar celosa de que le quitaran el lugar, de la ‘criatura de la casa’.
(Juan pregunta por sus hermanos)
- No se mijito, no sé. Quiero saberlo y tampoco nadie me dice nada. Cómo si, el que me quedara callado, fuera mejor para todos.
Parado frente a la ventana de la habitación de sus hijos, mira el naranjo. Y mientras detalla todo el árbol, se queda mirando luego solamente las naranjas. Sabe que estas frutas son ácidas por dentro, pese a que llevan azúcar en su interior, haciéndolas perfectas para comer ya sea para un jugo o para que partidas en cuatro se coman directamente con la mano. Al haber despertado, luego de repetir incansablemente lo que decía la carta, en su interior se fue cocinando la idea de que ella realmente huyó. Entre dolido, preocupado y enojado, algo empieza sentir en su alma. Tal cual cómo la naranja. Este hombre se siente peor que una fruta. Querida u odiada. Rechazada si está podrida, o adorada si fresca, joven, dulce y jugosa se presenta. Más impotente que un árbol que no se puede mover, y estando entre la espada y la pared, termina sintiendo algo de desamor por ella.
Horas más tarde se encuentra tirando los plaguicidas sobre el cultivo. Hacen veintisiete grados, y con la camisa sudada, va secándose el sudor de la frente. Planta por planta, de arriba hasta abajo, rociándolas como coreografiando a la par de una canción, que se repite y repite hasta nunca acabar. El poco aire que circulaba y el calor, hacen pensar que no solo lloverá, sino que bien podrá este miércoles pasar inadvertido por su quietud y apacibilidad reinante en el ambiente. Un día como cualquier otro donde no pasa nada, para todos, menos para él. Mientras sigue de arriba para abajo se percata que una mariposa se acerca y se posa sobre una de sus plantas. Se detiene y queda mirándola tan detenidamente, que logra ver cosas que antes no había percatado que tienen las mariposas. Lo primero que nota es el efecto reinante del juego de colores y formas. Ese negro, rojo y blanco impactantes, hacen con sus formas la sensación de ser algo más. Cómo un animal más grande y sobre todo misterioso, incluso hasta amenazante. Mirándola, mientras aletean periódicamente sus alas, dejándolas luego totalmente quietas, llega a recordar cómo es que la oruga llega a ser mariposa. Sonríe parcamente. Y piensa que como la mariposa él ha estado inmerso en un capullo, luchando por salir y romper esa realidad que lo contiene. Desconociendo el por qué de la ausencia de su hijo, logra ver un poquitico de luz en medio de tanta oscuridad presente. Este animal, le hace entender que ella luchó y no se dejó morir adentro. Dio cada batalla posible para encontrar la salida de ese capullo opresor hecho de seda, a pesar de sus paticas delgadas y sus frágiles alas. Así tiene que hacer él sin miedo y temor alguno. Después de esperar tanto tiempo alguna respuesta de búsqueda o interés por parte de un gobierno desinteresado, por un ‘perdido más’, ahora menos se va a quedar con los brazos cruzados esperando a que todo esto termine y sepa de una buena vez porqué esto está así.
A la noche, los dos acostados en la misma cama, Chepe, pensando qué es lo que mejor puede hacer de ahora en adelante. Decide entonces irse a la capital. Como no tiene tiempo suficiente para vender, a demás porque guarda la esperanza de que si regresa su hijo, tenga donde estar para que cuando él llegue de la capital se puedan reencontrar; y parte de esto terminar. Igualmente para su hija tal cual como el hijo pródigo. A la mañana siguiente parten, José llevando una caja de cartón con la ropa y una maleta en los hombros con comida y algunas otras cosas.
Corriendo, con un evidente agotamiento y desgaste físico, acercándose cada vez más a la que era su casa. La casita que la vio nacer y crecer hasta aquel día. Cuando por fin la divisa, se detiene. Se queda mirándola por unos segundos, y de golpe, sintiendo varias cosas a la vez. Cierta ansiedad, expectativa y miedo al reencuentro y todo aquello que le estaba sucediendo antes de llegar, lo olvida, se disipa. Cuando por fin se decide: avanza, pisada tras pisada. Pareciera como si todo el exterior hubiese enmudecido, ni si quiera el viento mismo se oye. Conforme está más cerca, percibe que el paso de los segundos, se hacen más duraderos, a demás difíciles de soportar. Allí, parada frente a la puerta, inmóvil, sin poder realizar el siguiente paso: abrir la puerta. Con gran atención, respirando fuertemente, con el estomago retorcido, las manos sudando, sintiendo gran calor en su pecho, cuello, espalda y cara, esperaba después de cuatro años sin hacerlo, poder abrir de vuelta esta puerta. Y con ello un momento más que soñado, algo que no podía hacer, simplemente le era imposible. Al abrir la puerta siente como si hubiese descargado mil kilos de encima. Acto seguido, empieza a mirar todo, cada cosa, las paredes, la mesa, sus sillas, mirando de lejos ojea la cocina, mientras se dirige al cuarto de su padre. Al no verlo va al que compartía con sus hermanos. No los encuentra. Se pregunta donde están y mirando por la ventana del comedor, nota que el campo, es ahora un pastizal. Preguntándose, empieza a darse cuenta que todo está cubierto de polvo. Le da la sensación como que allí no hubiese habido nadie en mucho tiempo. Se sienta en una silla del comedor y ve que hay un papel. Lo abre y lee:
“Pa: quiero que sepa que está todo…
Apenas termina de leer, nota que es su carta y que esta ha permanecido en el mismo lugar. Empieza a conectar el que el cultivo, ahora es un pastizal, que todo está cubierto de polvo, y que las cosas están al parecer en el mismo lugar de cómo cuatro años antes habían estado, comprende, se queda callada y quieta. Después de tanto tiempo, todos sus anhelos, sueños y deseos han sucumbido a una realidad diferente respecto a la que había ilusionado con tanta fuerza. Desolada y afligida, se siente como cuando el agua llena el balde; así la tristeza llenaba su existencia, su cuerpo. Fueron varios minutos donde entraba en la coreografía de los objetos inmóviles. Su cara, casi inexpresiva, aún permitía parpadeos. Y sintiendo que todo había sido en vano, se levanta y va hasta quedar frente a la ventana de su habitación. Mientras ve el naranjo, recuerda cuando su padre decía que las naranjas son ácidas por dentro, pero con azúcar, y que por eso se podían comer. Y sintiendo esta tristeza, se acuesta recordando el paisaje frente a su casa. Ese horizonte entre las montañas, las cuales se tapan unas a otras y que de vez en cuando entre lluvias, arcoíris, nubes, el sol, la luna y las estrellas, tantas veces miró como el mejor lugar del mundo.
Entre que dura recordando y sufriendo el agotamiento y el dolor se duerme.
-No están. ¿Sabías que no iban a estar? ¡Respóndeme! Siempre te pregunté por los árboles, y ahora que miro, los han cortado. Hace cuanto que te fuiste y nunca más sentí tus abrazos. Si, ya sé que el aire no abraza. Aún, así, te fuiste. Y te despedí, a pesar que revoloteando sin más ni más, nos dejaste. Ahora, no te quedes callada. Habla. Acaso ¿no qué los muros hablan? ¡Dale! Si ellos supieran qué le pasó a la rosa de este jardín. Y ahora me dices que un ave, la agarró y la enfiló en armas junto con otros, y le tocó luchar y combatir fuertemente; ¡pero ella no quería! Y que la misma flor, con sus patas, huyó. No te creo. Te digo que no, no quiero meterme al río, no me gustan los ríos púrpuras. Y que ¿qué me cuesta saber eso? Pues que las piedras taparon las moras que lo tiñeron. Por eso las pierdas guardan secretos muy frutales, bonitos... También a él lo taparon. Te extraño, elefanta. Mímame, por favor, hace tanto que no...
Sonríe y una lagrimita se resbala de su ojo.
Se apagan poco a poco sus palabras hasta que no dice nada más.
Hola Guillermo!
ResponderEliminarFinalmente continuaba el cuento, como me habías dicho. Sigo pensando que lo que yo había tomado antes por final funciona bien, creo que hasta me gusta más que el verdadero cierre (quizás porque ya me había hecho a la idea de que la historia no seguía). Vos qué pensás?
Te recomiendo que hagas una revisión general de superficie. Sé que el texto es muy extenso y cuesta sentarse a revisar, pero esos problemas (falta de algunas mayúsculas, repeticiones o puntuación) ensucian y dificultan la comprensión de una escritura que está muy bien trabajada. Igualmente, se ve una mejora con respecto a otros trabajos de la carpeta, sobre todo considerando la extensión del cuento.
Saludos!
Emilia
Muchas gracias! intentaré revisar y corregir.
ResponderEliminarY reflexionar sobre el final.
saludos y besos
Guille, la verdad q m encanto el cuento, te felicito! Lo escribiste genial, me re atrapo, y sinceramente no podia parar d leer jajaja, hay algunas repeticiones y alguna cacofonia por ahi como techo y hecho muy seguido, q m acuerdo, como t marco emilia, pero muy pocas cosas. la mayor parte de loq esceribiste esta muy claro, muy bien esteticamente y es nitido. Es muy atrapante. Me gusto mucho. Un abrazo che y nos vemos el martes!
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