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lunes, 7 de junio de 2010

Un día como inmigrante (reescritura)


Estoy ubicado en la Av. Eduardo Madero y San Martin, cerca a la torre del reloj, frente a Manuel Tienda León y el hotel Sheraton. Es una media mañana soleada y retiro, de Av. L. Alem para arriba, luce ante mí espalda de un modo majestuoso, fiel exponente de una historia pudiente y glamorosa, por sus edificios con estilos como el artdecó, el art noveau, y el neoclásico entre otros, como también unos estilos más modernos en sus edificaciones. Mientras tanto frente a mí se siembra una vía de tren, la cual queda en el medio entre una reja que da a un estacionamiento y un campo, con unos árboles en su costado, en el que todavía se ven otras vías de tren, que creo sirven de “estacionamiento” a los vagones cargueros que provienen de la dársena norte.


Allí estoy, caminando sobre la vía del tren, y hay una persona –calculo boliviano, peruano o paraguayo- vendiendo comida en cajitas de telgopor, otra –un asiática- que ofrece la foto para el documento, y otras personas que como yo, nos dirigimos al mismo lugar; luego de caminar como dos cuadras, llego a la Av. Antártida Argentina. Se divisa entonces, una edificación de dos plantas, de color amarillo a demás de mucha gente, que tanto entran como salen.


Antes de ingresar, y habiendo pasado un estacionamiento público y muchos autos, vuelve a mi mente algo de lo que me había enterado no hace más de cuatro meses, y es que este es el antiguo hotel del inmigrante, ahora migraciones.


Entro por aquella puerta vigilada por un par de gendarmes no muy sonrientes, - claro, esto sería una gran contradicción-, y ante mi hay un cubículo que tiene un letrero, que dice: INFORMACIÓN, en el que atienden tres personas y a través del cual se te redirecciona a otro punto, el de REVISIÓN DE DOCUMENTACIÓN. Las paredes blancas en degradé a gris por la suciedad, muchas lámparas de tubo encandecerte, pisos en baldosa de color negro. Cuando logro pasar al área de REVISIÓN DE DOCUMENTACIÓN, las personas son atendidas conforme un ‘turno’, que al llegar deben tomar –de esos dispensadores rojos-; allí hay por lo menos asientos para más o menos unas ciento veinte personas, y frente a sí seis cubículos, con seis funcionarios de migraciones, respectivamente. Cada uno revisa según sea el caso, la documentación requerida. Luego de esperar un buen tiempo, se es atendido. Algunos de los funcionarios, ni siquiera dicen ‘buen día’, mucho menos miran a los ojos, con actitudes alienadas que bordean la frialdad o un aparente desprecio, el inmigrante recibe o una negativa en un tono rústico, por falta de algún documento, o puede ser enviado a la siguiente ‘fase’.


El edificio tiene un aspecto bastante tosco, da una impresión de ruindad, a pesar que en la misma área que aglutina estas dos secciones, posean unas ventanas al costado derecho, que dan a un hermoso jardín, donde se alcanza a ver lo bonito que está allí afuera –cómo un oasis-, mientras la realidad de adentro es de otro color, casi como dos universos paralelos pero de diferente realidad. Sobre las paredes o puertas hay pegadas afiches, carteleras o hojas impresas, que intentan dar alguna información, pero que están colocadas de manera arbitraria, que más que informar terminan es “decorando” el lugar y pasando desapercibidas para quienes fueron puestas. Entre ‘requisitos’, información de último momento, o que sirva para orientar internamente, al parecer nadie hace caso omiso de estos.


De aquí pasamos por una puerta que está en el medio de la pared izquierda a otro salón como el triple de grande. Antes de ingresar nos preguntan qué venimos a tramitar, por lo cual nos dan un nuevo turno, que nos direcciona a una sección diferente, según sea el trámite a realizar. Acá hay cuatro secciones, estas están dispuestas cada una sobre las paredes, dos de cada lado, es decir que en todo el medio del salón, hay un contingente de sillas de espera. En cada sección hay por lo menos siete u ocho funcionarios, un tablero contador – para los turnos – y un reloj, cada funcionario tiene un computador, hay archivadores y pilas de papeles sobre los escritorios. Adentro hay por lo menos unas mil doscientas personas, y cada hora por sección puede llegar a atender unas treinta.


El ambiente de espera profunda, la impaciencia de unos o la resignación de otros, hacen de sí un lugar bastante nocivo. Acá la luz natural es bastante escaza pues las ventanas que hay no son muy grandes, y aunque el techo es alto, no llega a ser lo suficiente como para dar una mayor sensación de amplitud. La iluminación corre por cuenta de los famosos tubos, mientras el tiempo en este lugar, al parecer tiene la función de espíritu burlón. Presencia malévola y despiadada.

Entre asiáticos –que no sabría diferenciar entre sí, de acuerdo a su origen-, bolivianos, peruanos o paraguayos (en su mayoría), como también colombianos, venezolanos, chilenos, ecuatorianos, brasileros y mexicanos (del resto de Latino América), así mismo africanos, y estadounidenses o europeos –una minoría- ; todos hacen parte de esta pasarela migrante de tan variada procedencia.

Aquí dentro, el murmullo de los inmigrantes, los funcionarios chismeando o comentando entre sí o chateando por Messenger –en su defecto -, más la cantidad de niños en brazos (unos lloran, otros no) y los que son mas grandecitos correteando y jugando entre sí, como también el que entra en crisis y termina por gritarle a su acompañante o al funcionario mismo, más las conversaciones entre los presentes y por último no me puede faltar el sonido de papeles, muchos papeles, todos ellos hacen parte de la sonoridad de migraciones.


En general los objetivos para estar aquí son parecidos, sacar la residencia temporal (dos años), otros la residencia permanente, o la residencia de trabajo, o la de refugiado y/o la nacionalidad. Pero los motivos particulares que los llevó a estar en argentina son muy variados: unos vienen en busca de mejores oportunidades laborales respecto del lugar de origen, otros huyen de la violencia o la injusticia social de donde son oriundos, en otros casos vienen para estudiar o simplemente por cuestiones laborales (el caso del profesional tipo que trabaja para una empresa extranjera y es enviado a la Argentina). Y aunque esto no está explícito en ninguna parte, de algún modo emerge por entre las personas mismas. Entre todos parece no haber diferencia de rango o estrato social, todos lucen como meros inmigrantes, una masa mayoritaria –respecto a la cantidad de argentinos- que reciben algunas de las veces, tratos indebidos y reprochables por parte de aquellos funcionarios.


Subyace así todo un micro cosmos, en una institución donde aparentemente, no habría espacio para la constitución de relaciones más allá de la que los tramites lo permiten. Funcionarios trabajando para el estado argentino, donde sus antepasados posiblemente habitaron alguna vez este lugar -‘el antiguo hotel del inmigrante’- habiendo llegado con una mano delante y otra atrás, tal cuál como aquellos que ahora hacen algún trámite aquí.

Historias iguales, realidades distintas…

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