“La ilusión de que la etnografía consiste en hacer encajar hechos extraños e irregulares en categorías familiares y ordenadas…”
Clifford Geertz empieza un texto con esta frase, intentando establecer las cuestiones que se dan en torno a los trabajos etnográficos, los cuales luego de ser escritos, son puestos a disposición de un consumidor. El tema del cual desprende esta frase apunta a cómo estos textos terminan siendo un desarrollo descriptivo súper exhaustivo y cómo tienden a ser ficcionales o informes de laboratorio. Con el fin de convencernos de que ello es así tal cual fue descrito.
Para que esto se concrete, una persona hace la tarea de ir al lugar y recopilar todo lo que le sea posible, intentando atar y relacionar toda la información encontrada, apelando al sumo detalle. En esta medida la resultante de tal descripción y juego de relaciones, busca que el consumidor reconstruya vivamente tal lugar y que ésta sea en lo posible fiel a la original y para que ello sea así he de ser verosímil.
Para Clifford, esto no es necesario, más que en llegar a “ser un texto plano y falto de toda pretensión. No deben invitar al atento examen crítico literario ni merecerlo”. Surge así la interpretación, generando así la posibilidad de “relativizar o poner en duda” aquello que ha sido descrito. La fórmula detalle = verosímil, esto es lo que los etnógrafos creen. Como también los prejuicios personales y culturales que este sujeto inserto en esta situación o lugar, tiene como filtro para leer toda la situación, a pesar de su intención ‘despersonalizada’ y/u objetiva respecto de lo presenciado.
¿Y el autor? ¿autor? Aparece de a poco, se asoma y vuelve a retirarse. Fugaz –aparentemente- porque está allí el texto, lo vivido, la experiencia, sus maneras, formas y modos, hasta que quiéralo o no, flota a la superficie un autor, que sí o sí ha estado todo el tiempo como un fiel acompañante. Que posiblemente nosotros no nos hayamos percatado, o simplemente ‘nunca estubo’.
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